libro: 12 – Una división gremial en serio, examinada en broma

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Para muchos de los médicos veterinarios que egresamos en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado, tuvimos oportunidad de vivir personal y profesionalmente una experiencia única, pues fuimos, ya sea actores protagónicos o bien, testigos directos de un fenómeno sociológico profesional nunca antes registrado, ni observado en la profesión de la Medicina Veterinaria y de la Zootecnia de México, pero que probablemente ocurrió también en otras disciplinas y en otros países.

En aquellos años muchos jóvenes profesionales, gracias a becas que ofrecían los gobiernos de diversos países como los Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, Nueva Zelanda y los países del continente europeo, notablemente la Gran Bretaña, Francia, Alemania, y otros más, así como el mismo gobierno mexicano, partimos al extranjero para cursar estudios de especialización, maestría o doctorado en universidades, colegios e instituciones de investigación del más alto nivel científico, con el objeto fundamental de retornar a nuestro México para elevar el nivel técnico-científico de las más diversas especialidades en las áreas de la medicina y producción bovina, porcina, aviar y otras especies animales productoras de alimentos; además, para formar a los jóvenes estudiantes de las escuelas y facultades de Medicina Veterinaria de nuestro país.

Sin embargo, y contrastando fuertemente con este extraordinario y enriquecedor proceso de formación de recursos humanos, muchísimos jóvenes profesionistas recién egresados de sus universidades nacionales, de hecho la mayoría, no pudieron o no quisieron viajar al extranjero para formase y especializarse a través de estudios de postgrado.

Estos últimos salieron directamente a laborar como era previsible al campo y empezaron a tomar con rapidez una gran experiencia práctica y fueron pioneros en la solución inmediata de problemas de tipo práctico que les exigía su praxis cotidiana.

Ahora bien, al retorno paulatino de todos aquellos jóvenes becarios que salieron a estudiar al extranjero, fueron ocupando posiciones importantes de alto nivel y de alto poder de decisión, en la docencia en universidades como la Universidad Nacional Autónoma de México y en otras universidades de los diversos estados de la nación, en la Secretaría de Agricultura y Ganadería, en instituciones de investigación y por supuesto llegaron también a aplicar directamente sus conocimientos en el trabajo clínico de campo en las áreas médicas y en las disciplinas de la producción, manejo, nutrición y de la zootecnia.

El encuentro entre los jóvenes formados en los úteros de las universidades extranjeras, es decir, los Cremaster maximum y los jóvenes profesionistas que ya habían ganado una gran experiencia práctica en el campo en sus posiciones laborales, que fueron conocidos como: Corralerus vulgaris; se enfrentaron inevitablemente colisionando estrepitosamente.

Este interesantísimo fenómeno profesional tuvo una duración difícil a definir, pero se dio sobre todo durante los años sesenta, setenta y quizá hasta los ochenta del siglo pasado. Estos sentimientos opuestos y las ideas encontradas se fueron inevitable y suavemente decantando al paso de tiempo, aunque posiblemente existan en la actualidad aún algunas reminiscencias de este fenómeno.

El doctor Luis Villaseñor Michel, distinguido y querido colega veterinario, miembro de una familia o quizá deba escribir, miembro de una distinguida dinastía de profesionales de la medicina animal, pues dos de sus hermanos, José Antonio y Manuel, son también veterinarios, han ejercido su profesión brillantemente y con gran orgullo. Ellos tres son además, sobrinos de la querida maestra Guadalupe Suárez Michel, quien nos impartiera la cátedra de Química Biológica y Prácticas, es decir, de Bioquímica en la antigua Escuela de Medicina Veterinaria de San Jacinto en Tacuba, Distrito Federal y en la flamante nueva escuela de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM, abierta en el Campus de San Ángel en Ciudad Universitaria en 1954. Además, la maestra Lupita fue esposa de un distinguido médico veterinario, el doctor Manuel Olvera Herrera, fundador de Laboratorios Avimex; finalmente, un hermano de la maestra Lupita fue otro distinguido veterinario, el doctor José Suárez Michel, quien nos impartió la cátedra de Inmunología y fue secretario de nuestra escuela durante muchos años.

El colega Luis Villaseñor tuvo la visión, el agudo ojo observador, el espíritu crítico, pero sobre todo el magnífico buen humor de escribir un artículo mordaz y simpático, que ha pasado a la memoria de todos las siguientes generaciones de médicos veterinarios mexicanos y de otros muchos países de América Latina, España y otras naciones no hispanoparlantes, desde que dicho escrito fuera publicado en 1976, primeramente en las revistas Porcirama, Avirama y Bovirama y después, en ano posteriores, en la prensa especializada.

A continuación, el desocupado lector encontrará el texto completo de este único e irrepetible estudio, digno de haber sido escrito por un sociólogo, antropólogo o especialista del área.