libro: 14 – Segunda parte

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Semblanzas biográficas

Capítulo I

DR. RAMIRO RAMÍREZ NECOECHEA

Fundador y Primer Presidente de AMVEC

1967-1973 y 1976-1977

Dr. Ramiro Ramírez Necoechea

Sus orígenes

El doctor Ramiro Ramírez Necoechea vio la primera luz el 21 de octubre de 1940 (día del Santísimo, según sus alumnos) en la ciudad de México, en la casa ubicada en el número 90 de la calle de Héroes de Granaditas en el barrio bravo de Tepito, ahora demolida debido al paso y empuje modernizador de un eje vial. Sus padres fueron el señor Ramiro Ramírez Morales, capitán del ejército mexicano y su madre, la señora Celia Necoechea Flores. Ramiro fue el primogénito de un total cinco hijos. Cuatro hermanas y un solo varón. Además, fue también el primogénito de los nietos de la abuela doña Mercedes Morales, quien llegó a tener y a ver una prole de 130 nietos y un número no cuantificado de bisnietos.

Los primeros estudios

La educación preescolar la llevó a cabo en un jardín de niños ubicado justo frente a la casa de su abuela en Tepito. La formación de educación primaria la cursó primero en la Escuela Francisco Giner de los Ríos en la Colonia Obrera, pero cuando la familia se mudó de domicilio a un barrio de Tacuba, continuó en la Escuela República de Haití. Los estudios secundarios los cursó en la Escuela Secundaria No. 20 de la Colonia Pensil en el mismo barrio de Tacuba. A continuación inició su formación de educación media superior en la Escuela Nacional Preparatoria No. 5 de la Universidad Nacional Autónoma de México, en los lejanos campos agrícolas de Coapa, ocupados en aquellos tiempos por magníficos establos de vacas lecheras y numerosas granjas avícolas productoras de huevo y pollo en el sureste del Distrito Federal rumbo a Xochimilco, en la parte oriental de la Calzada de Tlalpan, específicamente en la Calzada del Hueso donde ahora se ubica la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), asentada en lo que fuera uno de los mejores alfalfares del establo Coapa.

Nostálgico Ramiro comenta:

Me tocó formar parte de la primera generación de los vaqueros de Coapa. La Prepa 5 quedaba muy lejos de mi casa. Tenía que madrugar para primero tomar un autobús de Tacuba al Zócalo en el centro de la capital, y de ahí, tomar el tranvía que corría a todo lo largo la antigua Calzada de Tlalpan con dirección a Xochimilco y después debíamos caminar poco más de un kilómetro para llegar a las adaptadas instalaciones de nuestra prepa, que en origen fue un proyecto de sets cinematográficos abortado. Sin embargo, yo tenía también los deseos de estudiar pintura y para ello me inscribí en la Academia Nacional de Arte de San Carlos, localizada en el centro de la ciudad de México. Falté mucho a San Carlos y tuve que abandonar mis estudios de arte. También con harta frecuencia faltaba a los cursos en la prepa, pues mi en la prepa, pues mis intereses como adolescente me llevaban a subir montañas, escalar rocas y trepar por altas y verticales paredes.

Me iba de pinta a las montañas que rodean el valle del Anáhuac, al Iztaccíhuatll, el Popocatépetl, a Cerro Ajusco, al Cerro San Miguel. Mi mente de adolescente indeciso me hacía soñar con ingresar a la Escuela Naval Militar de Veracruz o de formar parte del cuerpo de paracaidistas del ejército mexicano. mi bachillerato entre 1956 y 1957. Como casi no iba a clases, tuve que aprobar la mayoría de las materias presentando exámenes extraordinarios. Recuerdo que en la clase de Biología el profesor me dijo: «Joven Ramiro, tiene usted en todo el año, sólo dos asistencias, la del inicio de cursos y la de hoy ¿quiere presentar el examen?». Le dije que sí, me dio oportunidad de presentar el examen y saqué nueve, pero me puso seis por mis inasistencias.

Recuerdo con tristeza, que en la Prepa 5 había mucha simulación. No había calidad en la enseñanza, por ejemplo, la higiene y educación sexual nos lo daba un maestro malísimo que era arquitecto. No había laboratorios funcionales. Las reacciones químicas nos las imaginábamos en el pizarrón. Mi mente y mis ojos de joven estudiante tenían que ver las cosas para saber que existían, que eran verdaderas y tangibles. Cuando ya estaba acabando mi estancia en la prepa a fin de año me acerqué a las secres de las cuales era muy cuate por mi fama de bailador, muy bueno para el rock and roll y para el mambo. Recuerdo que había una orquesta llamada “Calígula y sus Gladiadores del Ritmo”, con la cual mi pareja y yo dábamos el show bailable. Mi pareja era Sonia Caire Lomelí, excelente atleta y campeona nacional. Pues bien, le pregunté a una de las secretarías de la Dirección de Prepa 5 qué se requería para obtener el certificado de preparatoria y me dijo: “Para obtener el certificado de bachillerato te faltan tres materias y sólo tienes una semana para presentar los exámenes extraordinarios y sólo hay tres materias disponibles, Geografía Política, Italiano y Francés, así que si quieres terminar la prepa tienes que hacer los exámenes».

Me quedé estupefacto porque era viernes y todo el periodo de exámenes extraordinarios terminaba el viernes siguiente, me pertreché con las guías de estudios y así, el siguiente lunes tomé el primer examen sobre Geografía Política, tema del que nunca había leído y lo pasé con diez. El miércoles presenté el examen de francés y el viernes aprobé la prueba de italiano. La maestra de francés, que era una francesa muy guapa y que fumaba cigarros Gaulois, pidió un cigarro a los alumnos. Yo le ofrecí en francés unos cigarrillos de marca Delicados y que eran los que yo fumaba y dijo que eran muy buenos con lo cual me gané su inmediata simpatía, lo que me permitió aprobar el examen; y con respecto al italiano, yo era muy aficionado a ver películas italianas por tanto cuando nos invitó a expresarnos en italiano lo hice con soltura repitiendo frases de las películas de moda. De esta manera poco ortodoxa obtuve calificaciones aprobatorias y mi certificado de bachillerato.

El inicio de una apasionada vocación

por la medicina animal

Debido a que el padre del doctor Ramírez Necoechea era militar, le consiguió una beca del ejército mexicano para estudiar Medicina Veterinaria en la Escuela Nacional de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional Autónoma de México, recientemente trasladada al hermoso y reluciente Campus del Pedregal de San Ángel en Ciudad Universitaria, para cursar sus estudios en medicina animal entre 1958 y 1962.

Recuerdo que entré desfasado con dos meses de retraso a la Escuela de Veterinaria a principios de 1958, debido a que estaba preparando junto con mis compañeros montañistas el ascenso a una pared de las inescalables en la cabeza del Iztaccíhuatl, armando la logística y entrenando para hacer el ataque a la cumbre de la mencionada pared, lo que logramos exitosamente con muchísima dificultad. Una vez terminado este reto, inicié mis estudios de veterinaria. Me presenté a clases de Anatomía, con la maestra María Inés Izaguirre. Como siempre me ocurría, arranqué como un alumno tardío. Al empezar mi primera clase, como no llevaba un cuaderno de notas, desorientado como en mis tiempos de la prepa, fui al baño y tomé un par de toallas de papel para tomar los apuntes de Anatomía.

Cuando entré a la clase la maestra Izaguirre estaba describiendo el hueso esfenoides en el cráneo de un caballo. No entendí nada, pensé que iba a ser lo mismo como siempre, puro bla, bla y cero evidencia, pero fuimos al anfiteatro de anatomía y por primera vez toqué y manipulé un cráneo de caballo. Recuerdo que me emocioné profundamente. Entendí y comprendí que existía una relación entre lo que me gustaba leer en los libros, entre lo escrito y la realidad. Por la primera ocasión fui a la hermosa biblioteca de nuestra antigua escuela, pedí un libro, me lo llevé a casa y lo estudié sin percatarme o cansarme durante cinco horas.

Mis compañeros me explicaron que yo debía comprar el librote de anatomía llamado “Sisson”, con más de mil páginas que era muy caro, pues costaba 500 pesos. Traté de empeñar mi equipo de montaña para comprar el libro Anatomía de los Animales Domésticos por Sisson y Grossman, pero me percaté que no me alcanzaría. Me acerqué a mi papá y me contestó que era mucho dinero para comprar un libro. Casualmente estaba en el patio de la casa el carro descompuesto y abandonado propiedad de mi padre que tenía ocho años parado. Fui con un mecánico y se lo vendí como fierro viejo. Mi papá se enojó mucho. Tuve que desaparecerme de la casa por unos días. Me fui a la montaña. Cuando regresé a casa, a mi padre ya se le había bajado el enojo y me dijo que no volviera a vender un coche de él. Afortunadamente jamás volvió a tener alguno.

Entendí luminosamente que había que aplicarse intensamente en el estudio y a partir de esa especie de transfiguración, me convertí en un excelente estudiante, aunque sólo de las materias y profesores de los que me gustaban o interesaban sus clases. Así me concentré en Anatomía. Saqué diez con la maestra Izaguirre, pero reprobé materias que pasé en examen extraordinario porque los maestros no eran buenos o la asignatura requería atención especial. Con tal reprobadero me quitaron la beca del ejército y comencé a buscar trabajo ligado a la veterinaria. ¡Este fue el inicio de mi vocación por la Medicina Veterinaria!

Me enfoqué. Si tenía un profesor de quien aprender, me le pegaba y no atendía a clases con profesores mediocres, con los malos maestros pasaba los exámenes extraordinarios, garantizando así un proceso autodidacta que ha sido muy valioso a lo largo de mi vida profesional.

Recuerdo a grandes profesores, el doctor Salomon Molerés en Bioquímica, el doctor Manuel Sarvide en Patología, la maestra Angelita Medina en Citología, Histología y Prácticas. En estas asignaturas, com biné mi habilidad artística, lo que sabía de pinturu, dibujando los tejidos y células que veía a través del microscopio y me pasaba horas y horas dibujando tejidos. La maestra Aurora Velázquez Echegaray me reprobó dos veces en Virología e Inmunología y dijo que eso era por mi bien. El doctor Escalona, el viejo, me dio Bacteriología.

En clínicas, recuerdo las magníficas clases del doctor Rafael Carvajal, en clínica de bovinos. El doctor Lamel Soon, y al doctor Pablo Zierold en Obstetricia. El doctor Guillermo Schnass me dio Clínica de perros y el doctor Alejandro Cuadra me impartió Clínica de aves. El doctor Marco Antonio Hidalgo, Enfermedades parasitarias. Asimismo, otros maestros inolvidables para mí fueron el doctor Daniel Mercado quien impartía la cátedra de Fisiología con sus exámenes de dos mil preguntas, y con el doctor Miguel Huerta Hernández tomé Farmacología.

Empecé a trabajar desde el segundo año como chalán, es decir, como ayudante en el consultorio del doctor Jorge Pinzón Mendizabal, ubicado en la elegante Colonia Polanco. Tenía que hacer de todo, desde lavar el automóvil, limpiar los excrementos de los perros, hasta ayudar en la consulta sujetando los animales e inyectándolos. Ahí trabajé toda mi carrera, aprendí mucho de pequeñas especies y también de caballos, pues el doctor Pinzón era en esos tiempos médico del Club Hípico Francés, y gracias al ingreso que él me proporcionaba, sostuve económicamente mis estudios además de aprender de un multifacético clínico.

Me gradué en 1962 e hice mi examen profesional en 1963. Mi tesis de licenciatura se intituló: “Estudio Serológico sobre Brucelosis Bovina». Mi directora de tesis fue la maestra Aurora Velázquez, como compensación a las veces que me reprobó. ¡Los cerdos aún no aparecían en el escenario de mi vida!

Los primeros años de praxis profesional

Al egresar de la EnMvz de la UNAM a principios de la década de los sesenta del siglo pasado, el doctor Ramírez Necoechea establece un consultorio para animales de compañía en sociedad con su compañero de estudios, el doctor Heberto Ruiz Esparza Borges en el sótano de la Super Farmacia Veterinaria que era propiedad del doctor Pablo Zierold Reyes, en la avenida México-Tacuba en San Cosme frente al Cine Cosmos y contra esquina del Cementerio Americano. En esa época el doctor Arturo Navarro, notable clínico de Bovinos, lo inicia en esta actividad. Pero estas especialidades no serían el motivo, ni el destino del apasionado quehacer profesional que ocuparía la vida de nuestro biografiado, pues durante el mismo año recibe la invitación del doctor Daniel Hagen y es contratado por la Fundación Rockefeller. El colega estadounidense Hagen se convierte así en el genuino maestro de Ramírez Necoechea, enseñándole los secretos y vastedades de la clínica y de la patología de los cerdos, a nivel de trabajo de campo y en las áreas del diagnóstico y de la investigación, enmarcadas dentro del frío rigorismo de las rutinas y de los procedimientos del laboratorio.

Con el doctor Hagen aprende la novedosa técnica quirúrgica para hacer la castración de los cerdos por vía inguinal, a extraer sangre de la vena cava anterior y se hace experto en los procedimientos rutinarios para llevar a cabo los exámenes antemortem y las técnicas para hacer las necropsias, la toma de muestras para su envío y estudio en el laboratorio. La obra Diseases of Swine, escrita por el doctor Howard W. Dunne se convierte en su libro de consulta y de cabecera durante las noches, pero además, aprende a practicar algo fundamental en la vida: la puntualidad extrema y la difícil disciplina del profesionalismo de estar siempre presente ante éxitos o fracasos y explicar éstos siempre con la verdad.

Entre 1963 y 1967, labora como investigador en el Centro Nacional de Investigaciones Pecuarias (CNIP) en las instalaciones de Palo Alto, Cuajimalpa, en las lejanías del Poniente de la Ciudad de México. El CNIP, era en ese entonces, un organismo descentralizado de la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG). Es durante este periodo que el doctor Ramírez Necoechea lleva a cabo una febril actividad, ya que es jefe de la sección de Bacteriología del Laboratorio de Patología Animal de Palo Alto. De ahí pasa a ser director del Campo Experimental de Paso del Toro, en Veracruz, en donde conocería a la señorita Martha Ruano Gutiérrez, su futura esposa, para pasar después a la dirección del Campo Experimental de Los Belenes, en Zapopan, Jalisco, y a ser posteriormente jefe del Laboratorio de Diagnóstico. La economía de México era buena y este nivel de profesionales percibía salarios bien remunerados, ya que ganaban lo doble o lo triple que los veterinarios regionales de la SAG. Fueron los tiempos de oro del Plan LermaChapala-Santiago bajo la dirección del distinguido colega el doctor Gustavo Reta Peterson (q.e.p.d).

Es durante este prolífico espacio de tiempo, que tanto Ramiro como la mayoría de colegas veterinarios coetáneos aprenden y se habitúan a escribir y a publicar sus experiencias de campo y sus hallazgos de laboratorio. Era algo que en México no se acostumbraba o que se hacía muy poco, pues no existía una cultura científica de comunicación de resultados científicos y de la divulgación del conocimiento. Fueron años muy enriquecedores, pues se reportaron numerosas condiciones patológicas y enfermedades e innumerables resultados de investigación a nivel clínico y de laboratorio. Las revistas que son testigos de esa estupenda y dorada época de la Ciencia y Tecnología mexicana en el campo de la medicina animal, fueron Técnica Pecuaria en México y Veterinaria México, así como un buen número de revistas de divulgación que a guisa de revistas científicas difundían los novedosos hallazgos.

Los estudios de postgrado

Ramiro retoma la palabra y exclama entusiasmado:

Fui a la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, becado por el British Council a través del Ministry of Overseas Development de la Gran Bretaña a hacer mis estudios de postgrado en 1967 y 1968, gracias a los buenos oficios del doctor Sydney Jennings, colega británico que laboraba en nuestra Facultad de Medicina Veterinaria de la UNAM, como responsable de programa FAO-UNAM. Me fui solo a Inglaterra. Tuve que dejar a mi esposa y mi hijo pequeñito en Ciudad de México, pues el dinero de la beca no era suficiente para llevar a mi familia. Estudié y trabajé bajo la dirección de mi tutor el doctor Reginald Goodwing. Mi trabajo experimental fue un estudio sobre la Neumonía Enzootica de los Cerdos causada por mycoplasma, investigación que llevé a cabo con la codirección del doctor Peter Whitlestone y del doctor Thomas J. L. Alexander

A mi retorno, me incorporé nuevamente y de lleno a las áreas del diagnóstico de la investigación clínica en medicina porcina. Fui fundador de la Red Nacional de Laboratorios de Diagnóstico en todo México, en los tiempos en que el doctor Gustavo Reta Peterson estaba al frente de la Dirección General de Sanidad Animal de la sag durante el sexenio del presidente Luis Echeverría Álvarez.

De esta posición, pasé a tomar la Dirección del Programa de Mejoramiento Porcino del Estado de Guanajuato entre 1971 y 1972. Dicho programa lo dirigí desde la ciudad de México e Irapuato. En paralelo, pude continuar con el desempeño de mi clínica privada en cerdos. Con la colaboración de otros cuatro veterinarios llegué a atender y a manejar más de 60 granjas porcinas en todo el país. Colaboré entre 1972 y 1974 en el Programa de Desarrollo Porcino del Plan Chontalpa en Tabasco y en 1975 fui director del Programa de Desarrollo Porcino del Estado de Tlaxcala y después del mismo programa, pero en el Estado de México, así como en el Distrito Federal.

Asimismo, en 1975 tuve la oportunidad de ingresar al Departamento de Producción Agrícola y Animal de la Universidad Autónoma Metropolitana, Campus Xochimilco, como profesor de tiempo completo en Producción y Patología Porcina, cargo que aún desempeño. Ha sido a lo largo de todos estos años que he desarrollado igualmente una intensa labor en el campo, así como en el ámbito gremial nacional e internacional, al fundar la Asociación Mexicana de Veterinarios Especialistas en Cerdos (AMVEC), la Asociación Latinoamericana de Especialistas en Cerdos (ALVEC) y presidir la International Pig Veterinary Society (IPVS) realizando el vii Congreso IPVS en 1982 en la ciudad de México, que fuera sede del primer congreso de la especialidad en un país hispanohablante.

Mi PhD, es decir, mi doctorado lo obtuve a principios del siglo xxi, en los Estados Unidos en la Pacific Western University

Una polifacética actividad profesional

El doctor Ramírez Necoechea ha desempeñado una intensa y riquísima vida profesional en diversos ámbitos de la Medicina Veterinaria. Ha ocupado posiciones claves en las iniciativas nacionales de Evaluación, Acreditación y Certificación, tanto de los programas de educación de la Medicina Veterinaria, Biología, Biología Pesquera, Agronomía, Nutrición Animal y Zootecnia a nivel de licenciatura y postgrado en México, América Latina y Europa a lo largo de la década de 1990 y la primera década de 2000.

En 1986, fue coordinador del Sistema de Universidad Abierta para Producción Porcina en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM.

Asimismo, en las décadas de 1970 y 1980 se involucra no solamente como técnico especialista en patología y producción porcina, sino que se asocia con un grupo de productores porcícolas en diversas granjas y de esta manera adquiere una valiosísima experiencia como productor, en la cual implacablemente los errores cuestan mucho dinero y los aciertos redundarán en generosas ganancias económicas, técnicas y de vida. El decenio de los años noventa, se caracterizó para Ramiro por la participación intensa en procesos evaluatorios a través de los Comités Interinstitucionales de Evaluación de la Educación Superior (CIEES), así como en el Consejo Nacional de Educación Veterinaria (CONEVET) del Consejo Mexicano de Educación Agronómica (COMEA) y de la Asociación Nacional de Profesionales del Mar (ANPROMAR).

El primer lustro del siglo XXI, nuestro biografiado lo orienta como hemos visto a los aspectos evaluativos, de acreditación y de certificación de programas educativos y de actividades profesionales. Durante el segundo lustro de la presente centuria, la orientación se dirige a la consolidación de su cuerpo académico de investigación, lo que permite la generación de más 50 artículos de investigación para revistas científicas indexadas, la obtención del doctorado y su inclusión en el Sistema Nacional de Investigadores.

Un libro de texto de Patología

Porcina en español

En la década de los ochenta, el doctor Ramírez Necoechea junto con el distinguido, prolífico y respetado colega, el doctor Carlos Pijoan Aguadé, escriben la obra, ahora ya clásica, para alumnos y estudiosos de la Patología Porcina, intitulada: Diagnóstico de las Enfermedades del Cerdo, primer libro de texto y de consulta, escrito y publicado en lengua castellana con traducciones al portugués e italiano. Dicha obra alcanzó un remarcable éxito y uso en México, en países hispanofónicos de América Latina y de África y por supuesto en España. A esta publicación han seguido una treintena de libros que abordan variados temas de las Ciencias Porcícolas.