libro: 22 – Capítulo VIII

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DR. JUAN JOSÉ MAQUEDA ACOSTA

Octavo Presidente de AMVEC
1988-1989

Dr. Juan José Maqueda Acosta

Sus raíces

El médico veterinario zootecnista Juan José Maqueda Acosta, nace un 8 de mayo de 1943, en una clínica de maternidad ubicada en la calle de Alfonso Herrera de la Colonia San Rafael, tradicional zona de la ciudad de México. Sus progenitores fueron el señor Juan Maqueda Verdún de origen español con ascendencia en Málaga, España y de profesión comerciante, y de la señora doña Josefina Acosta Sánchez, oriunda de Zinacantepec, Estado de México, de oficio taquimecanógrafa, pero dedicada al comercio.

Las primeras letras

Juan José, hijo único de padres ya mayores de edad, es enviado al jardín de niños del Colegio Cristóbal Colón, reputada institución de educación jesuítica de las calles de Sadi Carnot número 68 de la mencionada Colonia San Rafael. Los primeros años de su educación primaria los cursó en la misma escuela, pero en 1954 su familia se mudó a las calles de Presa Nejapa en la Colonia Irrigación y el quinto año de primaria lo estudia en el Instituto Patria; sin embargo, al desafortunadamente fallecer su madre en 1955, su padre se ve obligado a ingresarlo a una escuela de gobierno, la Escuela Manuel Gual Vidal, ubicada en la misma colonia, de la cual guarda extraordinarios recuerdos.

Maqueda acota con aplomo:

Las escuelas públicas en aquellos años eran mejores que las privadas, pues éstas impartían una educación más inductiva, en cambio, en las instituciones educativas del estado se impartía una educación con mayores desafíos, eran mejores colegios con una formación más abierta. Al morir mi madre, viví solo con mi padre en un edificio de las calles de Alfonso Herrera y en 1956 ingresé a la secundaria de la Escuela Nacional de Maestros, asentada en lo que fuera el viejo edificio de la antigua Escuela Nacional de Medicina Veterinaria de San Jacinto, ubicada sobre la Calzada México-Tacuba frente al antiguo Colegio Militar. Conservo extraordinarios recuerdos de ese edificio. Cuando estaban construyendo una alberca dentro de la mencionada escuela, recuerdo cómo desenterraron muchísimos huesos de animales, sin duda enterrados por los propios estudiantes de veterinaria después de terminar sus estudios y prácticas de anatomía. Las osamentas eran sobre todo de caballos y de bovinos. Al terminar mis estudios secundarios a fines de 1958, mi padre me dijo:

“Hijo, no te puedo pagar una carrera larga. Vas a seguir tus estudios en la Escuela Normal. Vas a estudiar para ser maestro que son tres años. Cuando termines estudiarás la carrera que tu quieras». Y así fue, le cumplí a mi padre.

De esta manera ingresó en 1959 a la prestigiada Escuela Nacional de Maestros a los quince y salgo a los dieciocho años de edad, pues los estudios en la Normal eran de tres años. La situación económica de mi familia era muy difícil. Yo vivía solo con mi papá. Terminé mis estudios en 1961. Salgo con mi título de maestro normalista de educación primaria y me voy a hacer mi servicio social a Tenango del Valle, Estado de México, en la Escuela Benito Juárez como profesor de cuarto año y, además, con la responsabilidad de la dirección del turno vespertino. Viví en la ciudad de Toluca con unos tíos y primos parientes de mi mamá en una casa cerca de La Alameda, en donde decían que espantaban. Conviví “de arrimado” con mis tíos maternos y con cuatro primos más o menos de la misma edad. Un primo y una prima estudiaban medicina y la otra estudiaba moda y confección. Nos divertíamos muchísimo. Por las mañanas tomaba un transporte colectivo a Tenango. Tratando de aprovechar el tiempo al máximo, decidí empezar a estudiar mi bachillerato. Para ello ingresé a la Escuela Preparatoria de la Universidad Autónoma del Estado de México, justamente en el mismo edificio y en las mismas aulas en donde el presidente Adolfo López Mateos había estudiado, en el centro de Toluca. Logré revalidar algunas materias en 1962.

Antecedentes de lo que sería una orientación por las ciencias biomédicas

Recuerdo que desde niño de seis o siete años, jugaba con mariposas nocturnas y con insectos, como chapulines. Experimentaba con pollitos inyectándolos con venoclisis de mi abuela que estaba muy enferma. Les inyectaba agua y después los abría para ver qué había pasado. De niño llegué a tener conejos, pollitos, patos, un guajolote que me perseguía, pájaros, ranas, peces, etcétera. En 1962, hice una buena amistad con el director del Museo de Historia Natural de la capital mexiquense y con su hijo, de cuyos nombres no me acuerdo. Los acompañaba al campo en excursiones para atrapar arañas, alacranes, serpientes, etcétera y debido a esto aprendí con ellos taxidermia, para así disecar los animales que atrapábamos. Además, me dio por la cacería y con una vieja escopeta de mi tío Mario, salía a los bosques y montañas alrededor del valle de Toluca. Le tiraba a todo lo que se movía y de esta manera cacé palomas, codornices, conejos para después disecarlos. Pienso que todas estas experiencias me fueron orientando e involucrando hacia la medicina veterinaria, pues además de disecarlos, les revisaba las vísceras y recuerdo mucho una serpiente vivípara que tenía dentro una gran cantidad de pequeñas serpientes y que con mucho interés y emoción mostraba a todos los miembros de la familia. Continué con mis salidas a cazar hasta que un día le disparé a un conejo, y al ir a recuperarlo con entusiasmo, recogí el cuerpo del animal del cual en vez de salir sangre, manaba leche. Era una coneja. Me causó mucho dolor, y desde ese día dejé la cacería.

Durante la prepa y estando tomando clases de anatomía, nos autorizaron exhumar un cadáver de más de siete años de enterrado. Íbamos tres compañeros y el sepulturero, dimos primero con la tumba de un niño recién nacido y después exhumamos la osamenta de una mujer adulta. Nos sorprendió que en uno de los fémures aún se conservara la liga y los broches de un liguero. Recogiendo los restos óseos, no nos dimos cuenta que la noche empezaba a caer, nos apresuramos a salir, pero uno de los compañeros cayó en un fosa abierta, no podía salir, asustado gritaba desde el fondo, pues al tratar de salir su mano tocó un grupo de babosos y fríos tlaconetes, pensó que era la mano de un muerto. Le ayudamos a subir y de esta manera salimos corriendo y asustados del Panteón Civil de Toluca con nuestro macabro cargamento.

La definición de una vocación por la medicina animal

En 1963, retorné a la ciudad de México para laborar en el turno matutino como maestro en la Escuela Primaria República de Francia en Azcapotzalco, al norte de la capital. Este horario me dio oportunidad de continuar mis estudios de bachillerato durante las tardes en la Escuela Nacional Preparatoria número 4, que estaba detrás de la Catedral Metropolitana y finalmente terminé el quinto año en la Escuela Nacional Preparatoria número 6 de Mascarones en la avenida México-Tacuba.

De esos años recuerdo a dos compañeros, a Guillermo Islas y Dondé, colega veterinario que se dedicó a animales de zoológico y quien sería más tarde director del Zoológico de Aragón y a Ramón Meza Beltrán (q.e.p.d.), que fue profesor y jefe del Departamento de Parasitología de nuestra Facultad de Medicina Veterinaria de la UNAM.

Aquella rica colección de animales que disequé en Toluca, la fui vendiendo poco a poco a los estudiantes de la prepa, para que aprobaran la clase de Biología y así pude ganar un buen dinero. Aún conservo algunos ejemplares. Mi primo, que estudiaba Medicina, me regaló un feto humano de seis meses de gestación, el cual conservé en un gran frasco con alcohol. También me regalaron un cocodrilo no muy grande, que desgraciadamente no se adaptó al clima de la ciudad de México, murió y guardé el cráneo, que más tarde doné al Departamento de Anatomía de la Facultad, como parte de una colección de cráneos de diferentes especies animales que iba guardando, esto me ayudó a lograr mi calificación final. Gracias a todas estas experiencias me di cuenta que mi vocación era por la rama de la biología.

Al conversar con el orientador vocacional de la prepa, me dijo: «Si estudias biología serás toda tu vida un profesor de dicha área y te vas a morir de hambre. ¿Qué te gustaría más, ser biólogo o tener dinero?» Contestê que las dos cosas. Y me respondió: “Si estudias veterinaria, tendrás oportunidad de ganar mucho dinero”. Este concepto provenía de los veterinarios que ya ejercían su práctica profesional como médicos de pequeñas especies en la ciudad de México, como el doctor Malvido, con quien por cierto varios años después hice algunas prácticas en su consultorio de Las Lomas de Chapultepec y también con el doctor Leonel Pérez Villanueva, pues fuimos compañeros en aquella escuela pública Manuel Gual Vidal, donde cursamos el sexto año de primaria. Él terminó primero la carrera pues yo dediqué tres años a los estudios en la Normal, por lo que ya para entonces tenía su consultorio en el garaje de su casa en la Colonia Irrigación.

De esta manera y después de un largo y difícil proceso de reflexión, tomé la gran decisión de hacer estudios de medicina animal, actividad que se convertiría en la pasión de mi vida.

Estudios universitarios

El doctor Maqueda inició sus estudios en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional Autónoma de México en febrero de 1965, siendo director el doctor Pablo Zierold Reyes.

Su maestro de Anatomía Descriptiva fue el doctor Franco. Las clases eran de dos a cuatro de la tarde en Ciudad Universitaria y en ellas Juan José se quedaba irremediablemente dormido. Un día el mencionado maestro se le acercó y con amabilidad le preguntó por qué lo hacía y nuestro biografiado le relató entonces el intenso ritmo que llevaba en el día a día, para poder trabajar y estudiar.

Juan José retoma la palabra con entusiasmo:

De siete a ocho de la mañana impartía clases de Biología en la Escuela Prevocacional número 6 del Instituto Politécnico Nacional. De ocho a una, laboraba como maestro en la Escuela Primaria República de Francia, en Azcapotzalco. De la una a las dos de la tarde volvía a dar clases a la Prevocacional del Poli en Zacatenco, y entonces del norte de la capital, me desplazaba al extremo sur al campus universitario de San Ángel, en un Volkswagen color verde, viejito, 1956, armado en Alemania, a lo largo del Periférico que en esos años estaba prácticamente vacío mientras que iba comiendo dentro del coche, para llegar siempre retrasado a clase de Anatomía. Llegaba literalmente exhausto y por eso me quedaba dormido en el curso de Anatomía. Al escuchar mi relato, el doctor Franco se quedó sorprendido y muy comprensivamente me dijo: “Ponga mucho empeño y cuente usted con mi apoyo», y le cumplí, pues saqué diez en anatomía al final del año.

Así, igualmente obtuve la calificación de diez en Fisiología con el doctor Javier García de la Peña. Sostuve el mismo intenso ritmo de trabajo a lo largo de toda mi carrera. Obviamente siempre estudié en el turno vespertino, debido a mi profesión de maestro.

Recuerdo al doctor Felipe Flores Romero, en Fisiología; al doctor Manuel H. Sarvide, en Patología Animal; al igual que a la doctora Aline; a la doctora Gallegos, en Bioquímica y al doctor Cabrera, quien nos impartió la cátedra de Clínica de Equinos y Animales de Zoológico. Mis compañeros decían que era mi papá, por la estatura. La doctora Aurora Velázquez nos impartió Virología, el doctor José Suárez Michel era entonces el secretario académico de nuestra escuela, y por supuesto al doctor Pablo Zierold, en Bovinos de leche, etcétera.

En enero de 1969 contraje nupcias con la señorita Guadalupe Rascón Portillo, compañera profesora de la Escuela República de Francia donde ambos laborábamos.

Hice mi examen profesional en julio de 1970. Mi tesis de licenciatura fue: Retardo del parto en cerdas con empleo de progestágeno, dirigida por el doctor Hidalgo, en una granja experimental que los Laboratorios Syntex tenía por el rumbo de Zumpango y cuyo director era el doctor Heberto Esparza, quien me ayudó mucho pues le interesó esta investigación.

Una coyuntura

Nutrición la tomé con el doctor Oscar Ocaña, a quien le empecé a cargar la maleta en granjas y fue durante ese periodo coyuntural que me entró el gusto por los cerdos y consecuentemente por la medicina porcina.

El primer empleo

El doctor Ocaña me contactó con el señor Humberto García, quien era el presidente de la Mutualidad de Porcicultores del Distrito Federal, propietario de una granja de cerdos escamochera en Azcapotzalco y entré a trabajar con él en 1968, un año antes de terminar la facultad. Fue una vivencia extraordinaria, pues en esa granja hice maestría, doctorado y postdoctorado en Patologia porcina. Ahí tuve oportunidad de entrar en contacto con la mayoría de las enfermedades de los cerdos. Fue como un gran libro de patología abierto.

Para 1970, al terminar la carrera me incorporé a la Renaldi, es decir, a la Red Nacional de Laboratorios de Diagnóstico en Palo Alto. Laboré en el Laboratorio 3. Fue una experiencia muy enriquecedora, pues ahí tuve contacto y aprendí mucho conviviendo con Mario Martell, Alberto Stephano, Marcela Mercado, Diódoro Batalla, Torres Barranca, quien después se especializó en leptospirosis, estudió en Japón y que más tarde se incorporó a la UAM Xochimilco. Conviví con José López Álvarez, quien desde muy pronto se fue como profesor a la Universidad de Gueph, en Canadá, y otros colegas, con quienes establecí una gran amistad que a la fecha perdura. Durante el primer año tuve inicialmente el puesto de jefe de Reporte y Estadística, pero la mayor parte del tiempo me la pasaba haciendo necropsias, además de ayudar en el Laboratorio de Bacteriología.

En una ocasión llevé un cerdo muerto de la granja escamochera de Azcapotzalco al laboratorio de Palo Alto. Cuál sería la sorpresa cuando dicho animal resultó positivo a Bacillus anthracis. Ante ese inusitado caso de ántrax, el laboratorio tuvo que ser cerrado y fumigado durante varios días. Esta aventura la compartí con el doctor Alberto Stephano, quien en la misma época ingresó a trabajar a dicho laboratorio también.

Igualmente, me tocó hacer el diagnóstico de Rinitis Atrófica a partir de cerdas importadas de Canadá, siendo el director de Sanidad Animal el doctor Gustavo Reta Peterson, y como dicha enfermedad estaba considerada como una entidad exótica en nuestro país, el doctor Reta, ordenó que todos los cerdos de esa granja fueran sacrificados, y así lo hicimos. Sin embargo, poco después fuimos descubriendo que muchas granjas en México eran positivas a la bordetella y a la pasteurella, responsables de la rinitis atrófica porcina. Tuvimos además que incinerar los cadáveres de esos animales en el horno crematorio de Palo Alto. Ahí, poco me faltó para caer dentro del incinerador ardiendo al tratar de jalar de la cola, ya semiquemada, a una pesada cerda. Un ágil salto y la ayuda del doctor Carlos Rosales, “El Conejo», me salvaron la vida.

En ese tiempo, me tocó también colaborar con el doctor Diódoro Batalla en la elaboración de la vacuna contra la Encefalitis Equina Venezolana en Palo Alto, saliendo a vacunar caballos al campo, como parte de la gran campaña nacional de control y erradicación de esta enfermedad, incluyendo a los caballos de algunos circos, percherones, los que me impresionaban y les temía por su gran tamaño y que ni por enterados se daban; y los ponies, con los que me confiaba y varias veces me tiraron y revolcaron.

Un trabajo administrativo en oficinas

Por su buen desempeño, el doctor Maqueda es ascendido en 1971 y es enviado a las oficinas centrales de la Dirección General de Sanidad Animal, que se hallaban en el Centro de la ciudad de México, en las calles de San Juan de Letrán muy cerca del Teatro Blanquita:

Fue un gran cambio para mí, pues estando acostumbrado a trabajar en un laboratorio de diagnóstico y en el campo. Laborar en un ambiente burocrático en oficinas de gobierno, me costó mucho trabajo. Pasado el tiempo decidí ir a la oficina del director, que era el doctor Reta, para pedirle mi cambio o bien para presentarle mi renuncia. Me pidió tres meses para hacer los cambios correctivos necesarios en mi área, pero las cosas no se dieron ya que hacer un cambio estructural del ambiente burocrático era obviamente muy difícil, por lo que renuncié y por la segunda ocasión en mi vida empecé a trabajar como asesor independiente con el apoyo del doctor Ocaña, atendiendo granjas en La Piedad y otras zonas porcícolas. Laboré así durante cuatro años hasta que en 1972, Laboratorios Elanco me contrató como representante de ventas en la zona de El Bajío, con sede en Irapuato; sin embargo, dicha empresa me permitió continuar con mis asesorías en algunas granjas porcinas.

El difícil inicio de una exitosa carrera en la industria privada

Como vendedor, Juan José pasó por una crisis de identidad profesional, pues sentía que defraudaba las expectativas de su padre. En esos años losveterinarios no laboraban como vendedores. Al levantar los pedidos de ventas, hacer los recibos y las facturas, Maqueda se sentía mal. Él había estudiado dos carreras y andaba de vendedor. Además, el ambiente obviamente era de bajo nivel educativo, echaba de menos el ambiente cultural de la ciudad de México, los conciertos, los museos, la universidad, etcétera. Ahora sabemos que esta situación laboral es muy diferente, pues los médicos veterinarios pueden hacer actualmente verdaderas y exitosas carreras técnico-comerciales en las áreas de la comercialización y de la mercadotecnia:

En Elanco laboré 14 años, de 1972 a 1986. Había | un súper equipo de trabajo, compuesto por compañeros muy bien capacitados constantemente por la empresa. Solicité que me suscribieran a revistas técnicas internacionales sobre cerdos. Me propuse aprender inglés. Compré un curso de este idioma en cassettes para ir estudiando en mi “vocho” durante mis desplazamientos por carretera.

Recuerdo con claridad que en Abasolo, en el balneario de La Caldera, uno de los propietarios era porcicultor, no recuerdo su nombre, era muy culto. Tenía una enorme biblioteca, la cual se convirtió en mi refugio, con él conversábamos sobre muchos temas. En Tepotzotlán, conocí a un sacerdote, tampoco recuerdo su nombre. 

Él estaba a cargo de un seminario que tenía una pequeña granja de cerdos que yo atendía, y había también una buena biblioteca con un acervo en filosofía. Con él sostuve ricas y agradables conversaciones acompañadas con vino español y deliciosas rebanadas de jamón jabugo.

Con el paso del tiempo, solicité a Elanco seguir con ellos, pero pasando al Departamento de Investigación, a lo cual mis jefes aceptaron. De esta manera renté una granja para experimentación de los productos de la empresa.

Para 1976, el compañero, colega y amigo Carlos Peraza me dice: “Tú deberías de dar clases en la UNAM”. Esto coincide con que José Miguel Doporto regresaba de su maestría en Canadá y asume la jefatura del Departamento de Producción Porcina de nuestra facultad en Ciudad Universitaria. Doporto sugirió que yo me hiciera cargo de dar las Prácticas a los Cursos Teóricos que impartía el colega Sunyol. Así pues, me hice responsable de dar las prácticas durante los fines de semana, pues yo continuaba viviendo en Irapuato. Mi ayudante era la hoy doctora María de Jesús Guerrero, quien llevaba a los alumnos de la ciudad de México a las granjas de La Piedad. En aquellos años habría una población aproximada de unos cien mil cerdos en la región de Irapuato, Pénjamo, Abasolo, Degollado, Ayotlán, Atotonilco, Numarán, etcétera.

Una difícil decisión

Para ese entonces el doctor Miguel Doporto ayuda a Juan José a conseguir una beca para ir a estudiar al Royal Veterinary College de Londres, Inglaterra, para hacer estudios de maestría, sin embargo, la situación familiar de nuestro biografiado se lo impide:

Analizo cuidadosa y fríamente mi situación, pues con mi primera esposa ya teníamos dos hijos y otro más que venía en camino. Me rajé. No acepté, pero le pido a Elanco que quiero estar en la ciudad de México para continuar en el Departamento de Investigación y Desarrollo, todo esto con el objeto de poder dar clases de Clínica de Cerdos. Así compré un departamento en la zona de Copilco y trabajé para Elanco y para la UNAM. Fueron tiempos magníficos. En Elanco, que fue sin duda alguna la empresa de mis amores, gané varios premios en ventas, ocupé el puesto de gerente de Investigación y desarrollo, y desempeñé verdaderamente un papel de liderazgo, logrando combinar el dar clases en el turno vespertino, entre 1976 y 1986. En ese año yo deseaba ingresar al área internacional en América Latina con mayores responsabilidades. Elanco fue para mí y para muchísimos otros compañeros una verdadera universidad, en lo humano, en lo profesional, en lo familiar. Nos daban cursos de capacitación constantemente. Se lo agradezco mucho a esta extraordinaria empresa.

Con respecto a mi matrimonio y la relación con mi primera esposa, desafortunadamente ya no pudo crecer más y nos divorciamos en 1983.

Mi nueva posición me hice viajar intensamente a los Estados Unidos y por muchos países de América Latina, lo que me hace entonces conocer durante un congreso a la que sería mi segunda esposa, la señorita Luz Ángela Arredondo Mejía, quien era una brillante joven recién graduada en Ingeniería Zootécnica de la Universidad Nacional de Colombia, en la ciudad de Medellín, Antióquia. Ella estaba terminando sus estudios y ya laboraba como administradora de una granja, como responsable de cerdos, ganado vacuno y de campos agrícolas, cafetales y hortalizas. En 1984, viene a México a “conocerme bien» en 1985. Nos casamos y en 1986 nace nuestro primer hijo Juan Francisco.

Así, Juan José, continúa combinando las cuatro actividades profesionales que le apasionan: investigación aplicada, asesoría técnica en producción de cerdos, sanidad porcina y la docencia.

Recuerdo también y con mucho cariño a algunos de mis exalumnos. Los exámenes finales de la cátedra de Clínica de Cerdos los aplicaba en una granja con tres mil cerdas de La Piedad, Michoacán. Duraba tres días. Al llegar recorríamos la granja, que era como un laberinto y los alumnos iban quedando solos con su caso clínico, una cerda abortando, un cerdo con neumonía completamente morado, cerdos muertos con diarrea o vomitando, etcétera, y yo les decía: “Nos vemos pasado mañana”. Tenían no sólo que arribar al diagnóstico a través de anamnesis con los encargados y el médico veterinario responsable de la granja, haciendo necropsias, tomando muestras y trabajándolas en el Laboratorio de Diagnóstico de la Piedad, donde amablemente la doctora Concepción Díaz Rayo les ayudaba, y el médico jefe del mismo nos facilitaba todo, trabajando con los alumnos inclusive en sábados y en domingos; además, tenían que hacer diagnóstico diferencial, averiguar su incidencia, importancia, impacto económico, establecer un tratamiento, en algunos casos inclusive aplicarlo y regresar el último día a revisar su evolución, etcétera. Podían consultar libros, apuntes, a otros compañeros. Inclusive a algunos médicos de la UNAM que nos acompañaban como lo fue en varias ocasiones el doctor Stephano u otros que eran mis ayudantes como el doctor Carlos Ramírez Tabche o la misma doctora Mary Guerrero, quien ahora es profesora de Hitopatología en la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad Autónoma de Querétaro.Las instrucciones eran muy sencillas: orienten al que está desorientado y desorienten al que va bien, para que vuelva a revisar todo, descarten dudas y vuelvan a su diagnóstico pero mucho más seguro. Al tercer día, en el Hotel Cerro Grande donde nos hospedábamos, aunque los estudiantes no dormían pues normalmente pasaban la noche estudiando, tenían que presentar su caso en forma oral ante todos los asistentes, quienes los cuestionaban fuertemente pues sus casos estaban generalmente relacionados. La experiencia era sensacional y como fin de fiesta, me tiraban a la alberca primero y después se echaba a todos los asistentes. Regresábamos a la ciudad de México ya de noche en el camión de la facultad, muertos de cansancio, pero felices con la vivencia.

Los círculos de la vida que se cierran

Al paso del tiempo y como ocurre en algunas ocasiones a lo largo de la vida, se me viene otra gran decisión. El entorno en Elanco había cambiado y no percibía más futuro para mí en esa magnífica empresa. Tomé la fuerte decisión de renunciar para hacerme de nuevo consultor independiente, pero en esta ocasión en todo el país, y continuando además con mis clases en la universidad. Un año me lleva la etapa de transición y en 1988 otra importante decisión. Salgo de la ciudad de México y me establezco en Querétaro para atender granjas de cerdos, empresas de nutrición, de genética porcina, asesorando también laboratorios químico-farmacéuticos y biológicos de gran prestigio y envergadura.

Al dejar ciudad de México, perdí una vez más el bellísimo campus de Ciudad Universitaria, los conciertos en la Sala Nezahualcóyotl, los profesores y queridos colegas de nuestra facultad, y algo también de mucho peso para mí: la docencia. Fue una enorme pérdida.

Por otro lado, basado ya en la capital queretana, continué con mi sueño de seguir trabajando en centro y Sudamérica, ahora como consultor independiente. Esta labor me ha sido sumamente enriquecedora, pues me ha hecho conocer personas maravillosas como la doctora María Nazaré Lisboa y todo su equipo con quienes trabajo mucho, así como los clientes que atendemos, porcicultores empresarios de alto nivel de Brasil. El colega Pedro Lora en República Dominicana, quien fue mi alumno en la UNAM; El doctor Carlos Campabadal, en Costa Rica; el doctor Vitelio, Utrera en Venezuela; el doctor Mogollón, en Colombia; y muchos más en todos esos maravillosos países. Mi labor me lleva entonces a misiones de trabajo a otros países como los Estados Unidos, España, Italia, y con ello tengo la oportunidad de conocer colegas entrañables, como la doctora Telma Tussi de Italia, al doctor Santiago Martin Rillo (q.e.p.d.), al doctor Antonio García Ruvalcaba, al doctor Antonio Palomo, al doctor Rafael Pallás de España, etcétera; y por supuesto, trabajar de cerca con el doctor Carlos Pijoan (q.e.p.d.) en Minnesota; Scott Dee y varios de sus alumnos como la doctora Laura Batista, quien fuera también alumna mía; Joan Paul Cano, de Venezuela y muchos otros más.

Gestión del doctor Juan José Maqueda Acosta
como Octavo Presidente de AMVEC
1988-1989

¿Cuáles fueron sus primeras actividades con AMVEC y cómo se involucró al paso de los años con esta asociación profesional hasta convertirse en presidente de ella?

Maqueda fija la mirada en el horizonte, respondiendo con aire de satisfacción y un dejo de nostalgia:

La primera ocasión que participé en una actividad de AMVEC fue durante una reunión en La Piedad, Michoacán, acompañando al doctor Ocaña en 1969. Después fue en la reunión de Torreón, Coahuila, en 1971, durante la cual presenté un trabajo de investigación sobre Rinitis Atrófica, que llevé a cabo en Palo Alto y con esta presentación fui premiado con el segundo lugar, el cual consistió en un boleto de avión para regresar a ciudad de México y un cheque.

El comité organizador y la mesa directiva se me acercaron en privado para explicarme que en realidad mi trabajo había ganado el primer lugar, pero que se lo iban a dar a un colega que era mayor de edad, pues quizás él no podría volver a ganarlo en el futuro. Lo entendí muy bien y estuve, por supuesto, de acuerdo con aquella decisión.

A partir de aquella hermosa experiencia en Torreón, he participado prácticamente en todas las reuniones y en todos los congresos de AMVEC. 

No he fallado a ninguno. Modero Salas, participó en todo lo que puedo y de esta manera nuestra asociación profesional y gremial de AMVEC se ha convertido en mi vida.

Me eligieron presidente de AMVEC durante el XXII Congreso que se llevó cabo en Acapulco, Guerrero, en septiembre de 1987 para fungir como responsable de los amvecos durante el bienio 1988-1989.

Me tocó organizar el XXIII Congreso en León, Guanajuato, en el Hotel Real de Minas del 20 al 24 de julio de 1988. Fue un magno evento, pues además de las exitosas reuniones técnicas y la concurrida actividad comercial, pudimos ofrecer cuatro grandes actividades sociales: una corrida de toros, una pelea de gallos, una callejoneada en la capital guanajuatense y un show de juglares durante la cena en esta ciudad. Recordemos que AMVEC es una institución polifacética y muy dirigida a la familia, además de la parte técnica y científica. Pedí el apoyo de la industria farmacéutica, de biológicos, de alimentos, etcétera. Nos apoyaron muy bien. Tuve como colaboradores de este congreso a Oscar Montes, alumno mío; a Jorge López Morales y a otros más de gratos recuerdos. Debo mencionar muy especialmente al colega Rafael Rosales, “El Rabo” (hermano de «El Conejo”), pues fue él quien se responsabilizó de la organización de esta estupenda actividad. Fue un gran éxito que requirió de un enorme esfuerzo, por ejemplo, para hacer la corrida de toros, “El Rabo” tuvo que llevar camiones con cargas de arena durante la madrugada para que la plaza de toros estuviera en condiciones adecuadas, pues el día anterior había llovido a cántaros.

El XXIV Congreso Nacional lo organizamos en Morelia, Michoacán, del 19 al 23 de julio de 1989. En esta ocasión el responsable fue el doctor Enrique Chávez de la Universidad Michoacana. En esta oportunidad busqué darle un ambiente cultural, de esta manera organizamos visitas a iglesias, museos, edificios históricos, un concierto con los Niños Cantores de Morelia en la Catedral. Además, vistamos el orquidiario de interés particular para las señoras y acompañantes, siempre con la premisa de conferirle a AMVEC, un carácter mul tifacético, con vertientes en lo familiar, en lo técnico, en lo científico, en lo comercial. Además, nuestras reuniones anuales siempre han funcionado como bolsa de trabajo. En pocas palabras, son actividades formativas, sociales, recreativas, culturales. Vamos más allá de lo que sería una simple convención.

La organización del congreso de Morelia, como mencioné, fue responsabilidad del colega Enrique Chávez Hernández, quien logró conjuntar al doctor Juan Garza Ramos, que asistió como representante del subsecretario de Ganadería. Se llevó a cabo en el Centro de Convenciones de la capital michoacana. El programa para acompañantes incluyó paseos a Pátzcuaro y Quiroga. Tuvimos una pieza de teatro intitulada: La vida inútil de Pito Pérez.

Miembros de mis dos mesas directivas fueron colegas y amigos, como Jorge López Morales, Oscar Montes y Enrique Chávez.

Al final de mi gestión, hicimos a nombre de AMVEC una contribución a la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnía de la UNAM, al doctor Leopoldo Paash Martínez para la finalización de las obras del Auditorio Pablo Zierold.

¿Cuál era el entorno que prevalecía en México durante su bienio?

El presidente de la república era Carlos Salinas de Gortari. México progresaba de manera vertiginosa. Nuestra porcicultura nacional iba de crisis en crisis, provocadas periódicamente por el exceso de producción y oferta que desbordaban los niveles de demanda de carne de cerdo por la población de nuestro país.

Con respecto a enfermedades porcinas, nuestra | industria sufría los embates del pestivirus del Cólera porcino, de la bordetella y pasteurella, agentes causales de la rinitis atrófica, de la micoplasmosis por M. hyopneumoniae, de la enfermedad de Glässer, por Haemophilus parasuis y del APP por Actinobacilus pleuropneumoniae.

Recuerdos

Recuerdo haber participado en una reunión memorable de Amvec en Guanajuato en 1970. Por la noche hubo una callejoneada, la cual terminó con una espontánea obra de teatro, a manera de los antiguos Entremeses cervantinos, con la representación de una tragedia griega intitulada El Juicio del Espermatozoide, en la Plazoleta de San Roque. Toda la obra y los diálogos fueron totalmente improvisados.

El rostro de Maqueda se vuelve a iluminar y añorante comenta:

Sí, claro. Cómo no voy a recordarla. Carlos Bañuelos interpretó el papel de Óvulo. Se vistió con una funda de almohada o con una sábana. Manolo Berruecos tuvo el papel del Espermatozoide. Carlos Peraza era la mujer embarazada. Pepe Villaseñor fue el Villano, quien impedía los amoríos del Óvulo y del Espermatozoide, por medio del uso de unos medicamentos de un laboratorio llamado “Fayser”. Un coro repetía monótonamente: “Culpalde! ¡Culpadle!”. Para después gritar: “Castradle! ¡Castradle!”. Finalmente se absuelve al acusado, ya que el condón se había roto accidentalmente. Entonces el coro repetía: “;Bravo! ¡Bravo!”, pues el espermatozoide entonces había hecho un buen trabajo.

Los diálogos eran totalmente improvisados y salían frases y albures muy simpáticos. Aparte de los congresistas, empezaron a juntarse turistas y se sentaban también en las bancas. Al finalizar hubo una Escaramuza Charra y de ahí salimos detrás de un burro con dos barricas de vino siguiendo a la estudiantina de la Universidad de Guanajuato, la cual nos llevó hasta la escalinata final invitándonos a subir, pero nadie le hizo caso y nosotros seguimos con los burros nuestro recorrido. Fue algo inolvidable e irrepetible. Qué tiempos aquellos.

El Pater familias

Como ya lo he mencionado previamente, me casé en enero de 1969 con mi primera esposa, la señorita Guadalupe Rascón Portillo, maestra, pues fuimos compañeros de trabajo en la Escuela República de Francia, en Azcapotzalco. Procreamos a cuatro vástagos, tres mujeres y un varón: María de Lourdes, quien es médico veterinario de la UNAM, con maestría en nutrición animal en Nueva Zelanda, en la Massey Palmerston University ubicada cerca de Wellington en la Isla Norte. Ha laborado como nutrióloga para Pig Improvement Company (PIC) en México y Centroamérica. Vive en Querétaro y me ha dado dos nietos, Adrián de nueve años y María José de seis. Actualmente me ayuda mucho asumiendo la responsabilidad de mis “TIPS”. María del Pilar, quien es diseñadora gráfica por la Universidad Autónoma MetropolitanaXochimilco, además de ser una extraordinaria Chef, me ha dado una nieta de nombre Constanza de siete años de edad. Ana Gabriela de formación educadora, seguidora de los pasos de sus padres, quien me ha regalado una nieta llamada Ana Sofía de seis años; y finalmente, mi hijo Juan José, quien hizo estudios de Comercio Internacional en el Tecnológico de Monterrey, Campus Querétaro. Soltero, con maestría en Leipzig, Alemania, y estudios en la Organización Mundial del Trabajo de las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza.

En segundas nupcias contraje matrimonio, como también ya lo he relatado, con la señorita Luz Ángela Arredondo Mejía, oriunda de Medellín, Colombia. Es ingeniera zootecnista por la Universidad Nacional de Colombia; actualmente es una activa ambientalista, laborando como responsable de educación ambiental de educación preescolar al bachillerato, en la Escuela Bicultural John F. Kennedy de Jurica, Querétaro. Ha recibido recientemente el Premio Estatal de Ecología de manos del gobernador del estado de Querétaro, en la categoría de Maestro.

Con ella he procreado a dos vástagos: Juan Francisco, de 25 años de edad, egresado en Comercio Internacional del Instituto Tecnológico Superior de Occidente (ITESO), la universidad jesuíta de Guadalajara; y nuestra hija Luz Mercedes, preciosa jovencita de 21 años, nacida con Síndrome de Down. Estudia en la Escuela Oficial CAM-CALA de integración laboral y trabaja actualmente en el Hotel Fiesta Americana de Querétaro en el área de panadería. Luz Mercedes es nuestra fuente de inspiración y de fortaleza. Ella ha superado una agresiva leucemia cuando tenía apenas diez años de edad.

Una historia de éxito

El doctor Maqueda estudió dos carreras. No cursó estudios de postgrado. Habla fluidamente tres idiomas: español, inglés y portugués. Labora actualmente como consultor independiente internacional en México y América Latina, principalmente en Brasil y en Europa, en particular en países como España e Italia.

Es un consumado orador y comunicador, sus conferencias tienen fama de ser pedagógicas y didácticas. Como clínico de campo posee una remarcable reputación. Imparte cursos de capacitación, organización y motivación al personal de granjas y a los veterinarios y técnicos que comparten su pasión por la medicina y por la producción porcina. Ha desarrollado e impartido numerosos cursos y más recientemente los ha publicado en su página web: Porcicultura.com y por medios digitales a través de DVD’s digitales que portan el nombre de Tips del Dr. Maqueda, lo que el considera será su herencia a la comunidad veterinaria, a manera de libros electrónicos; en otras palabras, será su legado producto de muchos años de experiencia en el campo de la clínica, la zootecnia y la pedagogía.

En sus inagotables inquietudes, el doctor Maqueda ha logrado amalgamar de manera excepcional las dos carreras que estudió: la Pedagogía y la Medicina Veterinaria, pues al dejar la docencia tanto de la Escuela Primaria como de la universidad, ese vacío lo ha llenado ahora desarrollando cursos de capacitación, dirigidos al personal de granjas porcinas, los cuales imparte tanto en México, como a nivel internacional.

Como él menciona:

Después de trabajar muchos años con cerdos, me di cuenta que éstos son muy obedientes, el problema está en la gente.

Indudablemente, un profesional incansable siempre en evolución.